lunes, 9 de mayo de 2011

Liliana, una madre de la plaza


Liliana se conmovía con las rondas de las Madres. Se emocionaba con la lucha de esas mujeres, la forma tan humana de ser inquebrantables. La unía a esos pañuelos blancos su condición de madre, ese latir que sólo ellas conocen. Liliana las admiraba cuando todavía vivía Daniel, cuando todavía no lo había perdido; antes de que el hijo cayera con sus 19 años sobre la vereda de Joaquín Suárez y Boulevard Artigas, en la uruguaya Paysandú. Liliana, entonces, también se convirtió en una madre en lucha. Ya no sólo era mirar: había pasado a ser, ella misma, una buscadora de justicia. Hasta hoy.
En ese camino, una plaza de Saavedra ya fue bautizada como Daniel Hernán García. La memoria del hijo –y la lucha de la madre– quedó encendida en ese tramo verde que rodean las calles Holmberg, Ruiz Huidobro, Ramallo y Goyeneche. Sin embargo, y a pesar de la fuerza que arrastra la voluntad de los vecinos, aún lleva la precariedad de lo informal. Por eso, desde el año pasado, en la Legislatura descansa un proyecto impulsado por el diputado Raúl Puy (Diálogo por Buenos Aires), que propone renombrar ese espacio verde.
Ahí pegado, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires levantó la primera sede de la Policía Metropolitana. Es la misma que había intentado instalar en el Parque Sarmiento, aunque la justicia lo frenó. Entonces, la llevó a Goyeneche y Ramallo, a pesar de la resistencia de los vecinos, que calificaron de “antidemocrática e ilegal” esa construcción por estar en un espacio público. “Donde no se hacen escuelas, crecen comisarías”, fue la consigna de los mismos vecinos. Pero la comisaría se construyó con rapidez. ¿Faltará mucho para la plaza con el nombre de Daniel? Mientras tanto, ese espacio lo defienden los vecinos, como dicen los carteles.
El proyecto lleva las firmas de Marcelo Parrilli (MST/Proyecto Sur), María Naddeo (Diálogo por Buenos Aires) y Martín Hourest (Igualdad Social). Aún no se sabe, sin embargo, si estarán los votos de los legisladores macristas.
“Vamos por pasos”, dice Liliana Suárez de García, y deja una mezcla de paz y firmeza en su voz. Esta semana viajará a Montevideo junto con la Defensora Adjunta del Pueblo porteño, Graciela Muñiz. Ambas se reunirán el jueves 12 con el vicecanciller uruguayo, Roberto Conde. Pero la idea de máxima es llegar al presidente José Mujica. Incluso, desde el gobierno de ese país, le prometieron que le pondrían un abogado.
“La causa está prescripta, pero veremos si podemos hacer algo.” Todavía sin justicia, Liliana apela a que no se apague la imagen de Daniel.
“Siempre digo que quiero que esté su nombre y su carita en todos lados. Tiene que permanecer para conseguir justicia y castigo a los responsables.”
Es la idea de la plaza.
El 11 de julio de 1995, Daniel se subió a una de las Traffic que saldrían de Saavedra para Uruguay. Lo había invitado un compañero del Liceo Nº 11 de Villa Urquiza, donde cursaba 5º año. Esa noche, la Argentina goleó cuatro a cero a Chile por la Copa América. Después del partido, un grupo de barras de Deportivo Morón y Tigre atacó las combis, donde viajaban hinchas de Platense y Defensores de Belgrano. Atacaron con palos, cuchillos y estiletes. Eran las 23:15. Media hora después falleció por las puñaladas en un hospital de la Ciudad. Aunque era simpatizante de Boca, llevaba una camiseta de Platense al morir. Además, Martín Vera, Gustavo González y Sebastián Portilla terminaron con heridas cortantes.
Liliana y su marido Pablo –que tienen otros dos hijos– no han parado desde entonces. Ella es fundadora de Familiares de Víctimas de la Violencia en el Fútbol (Favifa) y vicepresidenta de Salvemos al Fútbol. El crimen de Daniel es un símbolo de la impunidad. Fue, además, una de las demostraciones más claras de cómo la política albergaba a barrabravas.
“Ahora la vemos más que antes, pero siempre existió un Luis Barrionuevo”, dice Liliana, que debió enfrentarse al poder que ejercía el ex locutor Juan Carlos Rousselot, entonces intendente de Morón, para quien trabajaban como fuerza de choque varios de los señalados por el crimen. Uno de los principales sospechosos es Máximo Zurita, cuyo nombre de guerra es “el Gordo Cadena”. Ex capo de la barra de Deportivo Morón, Rousselot lo había adoptado como “ñoqui” de la municipalidad. Ostentaba protección policial y política, al igual que sus laderos, Ramón Toledo, conocido como “Negro Café”, y Mario “Pájaro” García, también acusados por el asesinato. Los tres, ayudados por el paragüas del PJ bonaerense, se armaron coartadas que le sirvieron para escurrirse de la justicia, como lo cuenta Gustavo Veiga en su libro Donde manda la patota.
En 2002, Miguel Bonasso contó que el Gordo Cadena quiso copar la intendencia de Morón (ya con Martín Sabbatella al frente) además de perseguir a caceroleros.
“Ahora quizá no vayan a la popular, pero van a la platea. De hecho, el presidente de Morón (Jorge “Zurdo” Ruiz) era un barra de la época en que mataron a Daniel.”
Liliana cuenta que siempre tuvo obstáculos. Y que las fuerzas para seguir adelante se las envía Daniel. Ni siquiera la derribó la prescripción de la causa, que ahora intentará reabrir en Uruguay.
“De ser necesario voy a apelar a los fueros internacionales.”
Porque nada, dice Liliana, la llevará al silencio. No se lo permitiría.

Por Alejandro Wall en el Diario "Tiempo Argentino"